domingo, 14 de diciembre de 2008

Un país de todas las lenguas

En el Perú coexisten una multitud de lenguas. Muy pocos países poseen más lenguas nativas que el Perú. Este hecho es quizá el más íntimo y el menos difundido de esa enorme diversidad cultural que el Perú ha legado a la humanidad. A los ojos de muchas personas el Perú es un país en el que todos hablan castellano, a excepción por supuesto de sus poblaciones indígenas habitualmente percibidas como una masa homogénea. Pero en realidad, el Perú es una nación hecha de numerosas pequeñas naciones que se comunican en decenas de lenguas distintas al castellano. Los dos grades troncos son el Quechua y el Aymará, hablamos básicamente en el Ande, pero también en la costa y selva, en la forma de numerosos idiomas y dialectos. Por su parte, las lenguas amazónicas se reparten en una sorprendente variedad de familias ininteligibles entre sí, y aún en estos días sobreviven al menos 15 troncos lingüísticos que dan lugar a 38 lenguas diferentes. De este modo, al contacto con la vasta realidad peruana, el visitante que llegue a nuestro país podrá internarse no solo en la imaginable variedad de su paisaje natural sino en el frondoso tejido de los múltiples lenguajes que se recrean en su territorio. Y es que el español hablado en el Perú, al cabo de 500 años, es también una “lengua mestiza”. Aquí, en la lengua de Castilla ha sido filtrada y enriquecida por las prolijas tonalidades, los encabalgamientos inesperados, la expresividad inédita, los sentidos imprevistos que producen el habla española en las diversas regiones, ciudades y pueblos del Perú. Nuestros poetas y escritores más universales, como Cesar Vallejo o José María Arguedas, son los frutos maduros de esta legua mestiza. Un español peculiar en cuyo fondo palpita la sensibilidad del quechua y de otras lenguas nativas del Perú originario. La aventura en el Perú consiste en saber oír al país de todas las lenguas . Lenguas del Poder y de la Intimidad Recortadas las funciones de la lengua, limitada a desempeñarse mayormente en los ámbitos no urbanos y campesinos, sus potencialidades para adecuarse en las esferas del poder y de la administración quedaron neutralizadas, y pronto ella misma fue arcaizándose para devenir en vehículo de la pura intimidad del hogar y de la comunidad. Así, de lengua plurifuncional y universal en el mundo andino, se redujo a idioma monocorde y aldeano. Pronto, quienes participaban de ambas lenguas y culturas -los bilingües mestizos y criollos-, visualizando el repartimiento funcional de las lenguas en el mundo estamental y diglósico [coexistencia de la lengua dominante y lenguas dominadas] de la Colonia, llegaron a oponer ambos idiomas en términos de su mayor o menor expresividad: el castellano aparecía entonces como la lengua formal y fría del poder y de la administración, mientras el quechua era considerado como el idioma informal y sentimental de las masas oprimidas. En suma, al lado del castellano bronco y autoritario de las ciudades y metrópolis, el quechua aparecía como lengua del sufrimiento, de la ternura y de la intimidad, de los hombres del campo y de las soledades alto andinas e inhóspitas. Pero también del amor.

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