Por: Club Cultural ADEGOPA
El oasis de Arequipa es un escenario sorprendente para los ojos del
visitante observador, situado a 2,300 m.s.n.m. es el marco del
contradictorio encanto de cumbres nevadas, altas palmeras, araucarias, y a la vez el desierto.
Nuestro viaje se inicia siguiendo el cauce del río Chili y atravesando
el distrito de Tiabaya, donde nos espera una de las formaciones más
espectaculares de la ciudad: el Batolito de la Caldera, esta formación
que ocupa 2km de paisaje, representa una pieza compacta de material
magmático emergido durante el proceso de orogénesis andino, normalmente
los batolitos se forman por varias afluencias de material ígneo, siendo
el caso del nuestro bastante singular al haber resultado de una única
expulsión.
Al dejar atrás el Batolito, y adentrándonos en la
zona de Cerro Verde nos impactan gigantescos depósitos blancos que no
son otra cosa más que la ceniza de la erupción del volcán Huaynaputina
en el año 1600 y cuyos efectos trastornaron severamente la vida y
desarrollo de nuestra ciudad, a esta altura del viaje es interesante
observar un desierto biótico, llamado así por la presencia de cierta
vegetación, los más visibles son cactus del tipo Weberbauer y Cereus,
así como algunas Tilandsias, plantas epífitas de la familia bromelaceae,
que se han adaptado a las extremas condiciones de sequedad, estas
tímidas colonias, son el refugio y sustento de curiosa vida animal.
Finalmente el rico valle de Vítor, y luego Siguas nos recuerdan la
época de esplendor colonial del vino arequipeño que hizo temblar a los
exportadores ibéricos durante el virreinato.
Las caprichosas
dunas nos esperan en las Pampas de Siguas, formadas en media luna,
dirigidas por el viento, tapizadas por una arena fina y sobre el vasto
panorama casi sin fin de nuestra línea desértica, una de las más secas
del mundo y resultado de la corriente fría de Humboldt.
Nuestro
pequeño campamento será el descanso merecido a la jornada, allí
podremos refrescarnos y recuperar fuerzas con un refrigerio a base de
productos andinos.
Al atardecer el desierto nos envuelve con su
mágico cambio de colores que estremece y nos transporta por un momento
al misterioso mundo de aquellos antiguos peruanos que gravaron sobre la
arena y rocas, símbolos casi sobrenaturales que han sobrevivido al
tiempo desde Nazca hasta Vítor, Siguas, o Majes, y que debieron cumplir
algún fin propiciatorio necesario para continuar con el ciclo de la
vida.
Dejemos que el color del desierto nos sorprenda con
alguno de sus personajes que cobra vida para renovar su promesa al sol
mientras terminamos el día en la mejor compañía.
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